La economía oceánica se posiciona como una vía concreta para acelerar el crecimiento sostenible en América Latina, con énfasis en economías como la de Brasil. Este país concentra más del 95% de su comercio exterior en rutas marítimas, lo que lo convierte en un actor estratégico dentro de la llamada «economía azul». Con una zona económica exclusiva que abarca 3,5 millones de kilómetros cuadrados, su potencial de desarrollo logístico, energético y pesquero es aún subutilizado.
En este contexto, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) proyecta que la economía oceánica global podría alcanzar un valor de 3 billones de dólares en 2030. Este crecimiento está directamente ligado a políticas públicas orientadas a la inversión en infraestructura marítima, innovación tecnológica y protección del ecosistema marino. Asimismo, representa una oportunidad clave para la transición energética, gracias a fuentes como la energía eólica offshore.
Hacia una economía oceánica resiliente
Brasil ha comenzado a fortalecer sus estrategias de gobernanza marítima, apoyándose en instrumentos como la Política Nacional para los Recursos del Mar. No obstante, uno de los mayores desafíos radica en la articulación entre sectores públicos y privados para escalar modelos económicos sostenibles. La inversión en cadenas de valor que integren pesca artesanal, acuicultura sostenible y transporte marítimo de bajas emisiones es esencial para evitar una explotación extractiva del océano.
Además, la cooperación regional y multilateral será determinante para lograr una economía oceánica inclusiva. Iniciativas del G20 y espacios como el Foro Económico Mundial han destacado la necesidad de marcos regulatorios comunes que garanticen la seguridad jurídica de las inversiones sostenibles.












