El término “arancel” se convirtió en eje central de múltiples decisiones estratégicas durante 2025, reflejando el incremento de las medidas proteccionistas en bloques clave como Estados Unidos, la Unión Europea y China. Este giro semántico no es trivial: al posicionarse como palabra del año según la Fundación del Español Urgente (FundéuRAE), el concepto sintetiza una realidad económica cada vez más determinada por barreras comerciales, ajustes impositivos fronterizos y disputas por la soberanía industrial.
En el caso de México, los aranceles adquirieron una dimensión crítica a partir de agosto, cuando el gobierno federal anunció nuevos impuestos a la importación de productos siderúrgicos y agrícolas, alegando la necesidad de equilibrar su balanza comercial.
Esta decisión impactó de forma directa en las cadenas de suministro nacionales y presionó los precios internos, especialmente en sectores como el automotriz y el alimentario. Además, generó una respuesta inmediata por parte de socios comerciales que amenazaron con represalias similares.
Arancel como indicador de presión económica
Más allá de su definición técnica, el arancel operó este año como un indicador del clima geoeconómico. Su aplicación aumentó 26% respecto a 2024, de acuerdo con datos de la Organización Mundial del Comercio (OMC), lo que se traduce en más de 3.800 nuevas medidas tarifarias a nivel global. Estos ajustes fueron presentados como instrumentos de defensa económica ante la desglobalización y la reconfiguración de alianzas estratégicas, pero también expusieron la fragilidad de los compromisos multilaterales vigentes.
Del mismo modo, la frecuencia con la que líderes políticos y analistas financieros mencionaron el término en conferencias y reportes demuestra que el arancel ha dejado de ser una herramienta técnica para convertirse en una señal directa de la incertidumbre económica.
Si este artículo te está gustando, podrías leer: ¿Hacia dónde va la economía mexicana?
