El mercado alimentario español atraviesa una paradoja que desafía la lógica clásica de oferta y demanda. Aunque el país registró en noviembre una cosecha récord de hortalizas y frutas, los precios en supermercados siguen sin mostrar una reducción significativa. La aparente desconexión entre producción agrícola y costos al consumidor preocupa tanto a analistas como a representantes del sector.
En el último trimestre de 2025, regiones como Murcia y Almería reportaron incrementos históricos en la producción de pepinos, tomates y pimientos, impulsados por condiciones climáticas favorables. No obstante, asociaciones de supermercados alertan que esta sobreoferta no ha conseguido aliviar el encarecimiento en los lineales. Las razones obedecen a una cadena de distribución que enfrenta aumentos acumulados en logística, energía y salarios.
Presión estructural sobre el canal minorista
Según fuentes del sector, el precio final al consumidor está condicionado por múltiples factores exógenos al campo. A pesar del abaratamiento en origen, los costes de refrigeración, transporte y almacenaje han escalado por encima del 10% interanual, lo que impide trasladar beneficios al comprador final. Esta situación ha llevado a grandes cadenas como Carrefour o Mercadona a ajustar márgenes sin lograr una corrección sustancial de los precios en tienda.
Además, la competencia con productos de terceros países sigue afectando la rentabilidad. Importaciones provenientes de Marruecos o Turquía presionan el mercado interno, generando distorsiones adicionales que dificultan una baja de precios sostenida.
Un indicador relevante proviene del Instituto Nacional de Estadística: el Índice de Precios de Consumo (IPC) de alimentos frescos aumentó un 4,7% en noviembre, a pesar de la disponibilidad récord de productos. La desconexión entre abundancia y asequibilidad obliga a replantear estrategias tanto para distribución como para política agraria.












