La trayectoria reciente de las economías emergentes revela un patrón que sorprende en noviembre: lograron estabilizarse a pesar de tres disrupciones globales que golpearon la actividad, los precios y el comercio internacional. La pandemia, la invasión rusa en Ucrania y el giro proteccionista de Estados Unidos generaron presiones inéditas, aunque sus efectos no resultaron tan persistentes como en crisis anteriores.
La caída del PIB en 2020 fue notable, pero CaixaBank Research señala que el retroceso de la productividad fue menor de lo previsto y menos duradero. Además, la recuperación del empleo y del consumo ayudó a absorber el impacto inicial, lo que devolvió margen de maniobra a gobiernos y bancos centrales.
Factores que fortalecen a las economías emergentes
La guerra en Ucrania elevó los precios de energía y alimentos, provocando inflación cercana al 10 % en 2022. Aun así, varios países compensaron la presión externa con ajustes fiscales y políticas monetarias más estrictas. Asimismo, el endurecimiento financiero global encareció la deuda, pero no generó los episodios de estrés que muchos analistas temían.
Por otro lado, el cambio comercial impulsado por Estados Unidos introdujo aranceles que pudieron frenar exportaciones clave. Sin embargo, su implementación gradual y el adelanto de importaciones mitigaron el impacto.
Los indicadores externos muestran una mejora constante en saldos por cuenta corriente y en ratios de deuda. Las previsiones del International Monetary Fund estiman crecimientos de 4.2 % en 2025 y 4.0 % en 2026, señal de que los mecanismos de adaptación empiezan a consolidarse. Esta combinación permite proyectar un entorno más equilibrado en un ciclo marcado por volatilidad global.
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